
De carácter
melancólico y depresivo, la repentina muerte de su padre le causó fuertes
crisis nerviosas que lo obligaron a pasar largas temporadas en sanatorios de
Burdeos y Madrid. A esta época corresponden los libros Rimas (1902), Arias tristes(1903)
y Jardines lejanos (1904),
que configuraron una poética impregnada de musicalidad, nostalgia y amor por la
naturaleza, con metros sencillos en los que predomina el octosílabo y un ritmo
fluido de inspiración modernista.
Entre 1905 y 1912 el
autor vivió en su pueblo natal, entregado a la lectura y admirando la vida
campesina andaluza. Este acercamiento al mundo rural se tradujo en un nuevo
sentimentalismo que, sin abandonar la languidez inicial, se enriqueció con
impulsos apasionados y juveniles. En los escenarios crepusculares de pálidos
jardines, decadentes ensueños y estancias silenciosas, aparecieron por primera
vez colores brillantes e imágenes de mujeres desnudas que tiñeron los versos de
erotismo.
En este período
escribió varios volúmenes: Elegías (1908-1910), Olvidanzas(1909), La soledad sonora (1911), Poemas mágicos y dolientes (1911), Melancolía(1912) y Laberinto (1913),
así como el libro en prosa Platero y yo (1914),
tierna elegía a un borriquillo que se convirtió en uno de sus textos más célebres. De
regreso a Madrid conoció a Zenobia Camprubí, española educada en Estados
Unidos, con la que se casó en Nueva York en 1916. La vitalidad y las constantes
atenciones de Zenobia influyeron decisivamente en el nuevo rumbo que adoptó su
trayectoria poética.
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